Cada 8 de septiembre, la Isla de Margarita se convierte en un epicentro de fe, tradición y memoria. El Valle del Espíritu Santo, poblado de flores, cantos y plegarias, recibe a miles de devotos que llegan desde distintos rincones de Venezuela para rendir homenaje a la Virgen del Valle, patrona del oriente venezolano y protectora de los pescadores. Este 2025 se cumplen 114 años desde su coronación canónica, un hito que consolidó su lugar en el corazón espiritual del país y que sigue siendo motivo de celebración, reflexión y encuentro.
Una coronación que selló siglos de devoción
La coronación canónica de la Virgen del Valle fue autorizada por el papa Pío X y realizada el 8 de septiembre de 1911 por el entonces obispo Antonio María Durán, de la Diócesis de Santo Tomás de Guayana. El acto, cargado de solemnidad y fervor popular, reconoció oficialmente una devoción que ya llevaba siglos arraigada en el alma insular. Desde entonces, la Virgen del Valle no solo es venerada como madre espiritual de los margariteños, sino también como patrona de la Armada Nacional y figura central de la religiosidad popular en los estados orientales.
La imagen de la Virgen, tallada en madera policromada, llegó originalmente desde España en el siglo XVI. Tras la destrucción de Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua, fue trasladada a Margarita, donde encontró su morada definitiva en El Valle del Espíritu Santo. Allí se construyó la iglesia que hoy es Basílica Menor, y que cada año se convierte en el corazón palpitante de la fe mariana.
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Milagros que tejieron una historia viva
La devoción a la Virgen del Valle está marcada por relatos de milagros que han atravesado generaciones. Uno de los más antiguos data de 1608, cuando una prolongada sequía amenazaba la vida en Margarita. Los pobladores organizaron una procesión con la imagen de la Virgen, y al llegar al mar, comenzó a llover. Desde entonces, se le atribuye el poder de interceder por los pescadores, por las lluvias y por la salud de los enfermos.
Durante la guerra de independencia, el general Juan Bautista Arismendi llevaba consigo una medalla de la Virgen. En una emboscada, una bala fue detenida por esa medalla, salvándole la vida. El episodio se convirtió en símbolo de protección divina, y desde entonces, muchos soldados y marinos han confiado en su amparo.
En tiempos más recientes, devotos han relatado curaciones inexplicables, embarazos deseados que llegaron tras años de espera, y reconciliaciones familiares que atribuyen a su intercesión. La Virgen del Valle no es solo una imagen: es una presencia viva en la cotidianidad de quienes creen en ella.
La fiesta que une a un pueblo
Cada septiembre, la celebración de la Virgen del Valle moviliza a comunidades enteras. Las festividades comienzan días antes con novenas, serenatas y actividades culturales. El 8 de septiembre, la misa solemne reúne a autoridades civiles, militares y eclesiásticas, mientras la imagen es llevada en procesión por las calles del Valle, adornada con flores y acompañada por cantos, promesas y lágrimas.
Los pescadores, en especial, tienen un vínculo profundo con la Virgen. Muchos le ofrecen sus redes, sus embarcaciones y sus jornadas de trabajo como gesto de gratitud. En la bahía de Pampatar, en Porlamar y en Juan Griego, se realizan procesiones náuticas que llenan el mar de color y devoción.
La fiesta no es solo religiosa: es también cultural. Artesanos, músicos, cocineros y narradores populares participan activamente, haciendo de la celebración un mosaico de identidad insular. Para los margariteños, “Vallita” no es solo una advocación mariana: es parte de su historia, su cultura y su forma de entender el mundo.
Un legado que trasciende generaciones
La coronación canónica de 1911 no fue solo un acto litúrgico. Fue el reconocimiento oficial de una devoción que había nacido del pueblo, sostenida por la fe sencilla de pescadores, madres, abuelas y niños. Hoy, 114 años después, ese legado sigue vivo. En cada vela encendida, en cada promesa cumplida, en cada canto que se eleva al cielo, la Virgen del Valle sigue siendo faro y refugio.
En tiempos de incertidumbre, su figura convoca a la unidad, a la esperanza y a la gratitud. Y este aniversario es más que una efeméride: es una oportunidad para renovar el vínculo profundo entre el pueblo y su madre espiritual. Porque en Margarita, la fe no se impone: se hereda, se celebra y se vive.