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En una nueva ofensiva contra las instituciones culturales de Estados Unidos, el presidente Donald Trump anunció este martes que ha instruido a sus fiscales para investigar el contenido de los museos, a los que acusa de promover una visión “woke” de la historia, especialmente en lo relativo a la esclavitud y el racismo estructural.

“Los museos de Washington, pero también de todo el país, son en esencia los últimos vestigios del ‘wokismo’”, denunció el mandatario en su red Truth Social. La Casa Blanca confirmó que se realizará un “examen exhaustivo” de las exhibiciones, con el objetivo de garantizar su “alineamiento” con la visión presidencial de “restaurar la verdad y la cordura en la historia estadounidense”.


La medida afecta directamente a la Smithsonian Institution, que gestiona más de veinte museos en la capital, y al Kennedy Center, epicentro cultural de Washington. Trump lamentó que las exhibiciones se centren en “lo horrible que es nuestro país, lo terrible que fue la esclavitud”, sin destacar “el éxito” ni “la brillantez” de la nación.

Desde su regreso a la Casa Blanca en enero, el presidente republicano ha intensificado su cruzada contra lo que denomina “adoctrinamiento ideológico” en universidades y museos, acusándolos de revisionismo histórico y de promover políticas de diversidad que, según él, distorsionan el legado estadounidense. En marzo, firmó un decreto para retomar el control del contenido de las instituciones culturales federales.

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El gobierno justifica estas acciones en el marco de los preparativos para el 250 aniversario de la independencia de Estados Unidos, que se celebrará en 2026. Sin embargo, críticos advierten que se trata de una campaña de censura que busca silenciar las luchas afroestadounidenses y las narrativas que cuestionan el poder hegemónico.

Los términos “woke” y “wokismo”, originalmente asociados a la conciencia frente a las injusticias raciales, han sido resignificados por sectores de la derecha radical como sinónimo de ideología progresista. En ese contexto, los museos se convierten en campo de batalla simbólico, donde se disputa no solo el relato histórico, sino el alma cultural de una nación fragmentada.


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