A las 6:30 de la mañana del domingo, los serenos del distrito Gregorio Albarracín llegaron a una vivienda envuelta en llamas. Lo que parecía un incendio doméstico se convirtió en una escena de horror: el cuerpo de María del Rosario Romero Flores, madre soltera de 29 años, yacía calcinado en su propia cama. Pero el fuego no logró ocultar la verdad: María fue apuñalada 18 veces antes de ser incendiada, en un intento brutal por borrar todo rastro del crimen.
No llevaba ropa de la cintura hacia abajo. La fiscal Iris León Bravo confirmó que se investiga un posible abuso sexual. El asesino —o los asesinos— no solo la mataron: intentaron desaparecerla, reducirla a cenizas, silenciarla para siempre.
El sospechoso, los rastros, las contradicciones.
Rafael Espezua Mamani, de 22 años, se presentó voluntariamente ante la Policía. Dijo que dejó a María en su casa tras una reunión social y no volvió a verla. Pero tenía rasguños en el rostro, un golpe en la cabeza, y en su vehículo se hallaron rastros de sangre aún por analizar. Su pareja declaró que los arañazos fueron producto de una discusión entre ellos, pero la fiscalía no descarta que haya más personas involucradas en el crimen.
Una testigo confirmó que en la vivienda hubo una reunión con varias personas esa madrugada. ¿Quiénes estaban allí? ¿Quién vio a María por última vez con vida? ¿Quién encendió el fuego?
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Un hijo sin madre, una comunidad en duelo.
María tenía un hijo de 13 años. Estaba en casa de sus abuelos cuando ocurrió el asesinato. Hoy, ese niño enfrenta una vida marcada por el vacío, por la violencia, por una pregunta que nadie puede responder: ¿por qué?
El velorio se realiza en el local de la junta vecinal Los Cipreses, en el centro poblado Leguía. Allí, entre flores marchitas y velas encendidas, la comunidad exige justicia. “Quemaron su cuerpo, pero no su memoria”, dijo una vecina entre sollozos.
El fuego como símbolo del intento de borrado.
Quemar a María no fue solo un acto de encubrimiento. Fue un mensaje: que su vida no valía, que su historia podía desaparecer. Pero el fuego también revela. Y en este caso, ha encendido la indignación de un país que ya no tolera más feminicidios.
Tacna, como muchas regiones del Perú, vive una epidemia de violencia contra mujeres. Este crimen no es un caso aislado: es un espejo de lo que ocurre cuando el Estado falla, cuando la justicia llega tarde, cuando el silencio se convierte en cómplice.