La violencia volvió a sacudir a Colombia con dos atentados devastadores que dejaron al menos 18 muertos y más de 65 heridos, en un nuevo capítulo del conflicto armado que, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), ha alcanzado su punto más crítico desde el acuerdo de paz de 2016. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia condenó enérgicamente los ataques y urgió a los grupos armados no estatales a respetar el derecho internacional humanitario.
El primero de los atentados ocurrió en Cali, donde un explosivo fue detonado cerca de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez, en una zona densamente transitada. El saldo: seis civiles muertos y 65 heridos. “Condenamos el ataque indiscriminado con explosivos en Cali”, expresó el organismo en X, subrayando la necesidad de respetar el principio de distinción entre combatientes y población civil.
Horas antes, en Amalfi (Antioquia), un helicóptero de la Policía fue atacado, presuntamente con un dron, mientras transportaba uniformados para labores de erradicación de cultivos ilícitos. El resultado fue aún más trágico: doce policías muertos y varios heridos. La ONU volvió a exigir respeto por los derechos humanos y pidió al Estado colombiano que atienda a las víctimas y garantice justicia.
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El presidente Gustavo Petro atribuyó ambos ataques al Estado Mayor Central (EMC), la principal disidencia de las antiguas FARC, liderada por Néstor Vera, alias ‘Iván Mordisco’. Según Petro, se trata de una “reacción terrorista” ante la ofensiva militar en el Cañón del Micay, en el departamento del Cauca.
La escalada de violencia ha generado una ola de indignación en diversos sectores sociales, que exigen al Gobierno acciones contundentes contra los grupos armados ilegales. El CICR advirtió que 2025 podría convertirse en el año con las peores condiciones humanitarias de la última década, en medio de un conflicto que se recrudece y que pone en riesgo a miles de civiles.
En este contexto, la narrativa oficial se enfrenta a una realidad que desborda los discursos: el conflicto colombiano no ha terminado, y los atentados recientes son una muestra brutal de que la paz sigue siendo una promesa incumplida.