Arrested man in handcuffs with handcuffed hands behind back in prison
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Carabobo, Venezuela — En el sector Casa Miel, una discusión por celos terminó en tragedia. Nuvia Milanes, una mujer cuya historia aún no ha sido contada en profundidad, fue asesinada por su pareja, Deninson Lozano, quien la empujó a una piscina y la ahogó, según informó el fiscal general Tarek William Saab.


El hecho, ocurrido tras una “acalorada discusión”, como lo describió el Ministerio Público, se inscribe en la dolorosa estadística de femicidios que sacude a Venezuela. Lozano fue detenido y será imputado por el delito de femicidio agravado, sancionado con penas de 28 a 30 años de prisión según el Artículo 58 de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

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Pero más allá del expediente judicial, queda el vacío. ¿Quién era Nuvia Milanes? ¿Qué sueños se ahogaron junto a ella en esa piscina convertida en símbolo de violencia? ¿Cuántas discusiones previas fueron silenciadas por el miedo, la dependencia o la falta de redes de apoyo?

Este caso, como tantos otros, exige más que justicia penal: reclama memoria social. Porque cada femicidio no solo es un crimen, es una fractura en el tejido humano de una comunidad. Y cada nombre, como el de Nuvia, merece ser recordado no por cómo murió, sino por lo que representó antes de que la violencia le arrebatara la voz.


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