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Entre las décadas de 1980 y 1990, más de 200.000 peruanos migraron a Venezuela en busca de estabilidad económica, seguridad y oportunidades. Esta cifra fue reconocida por organismos oficiales como el entonces Ministerio del Interior venezolano y validada por estudios publicados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que identificaron esta ola como una de las más importantes en América Latina durante el periodo.

Los migrantes peruanos llegaban desde Lima, Arequipa, Trujillo y otras ciudades, escapando de la hiperinflación, el desempleo y la violencia política que azotaba Perú en los años 80. Venezuela, por su parte, vivía un auge petrolero y ofrecía políticas migratorias abiertas que incentivaban la llegada de profesionales y técnicos.

Lo notable no fue solo la cantidad —más de 200.000 personas en menos de dos décadas— sino el trato que recibieron. A diferencia de lo que viven hoy muchos venezolanos en el exterior, los peruanos fueron bienvenidos. No fueron estigmatizados ni culpados de problemas sociales. Se les reconocía como trabajadores, técnicos calificados, docentes, cocineros, comerciantes. Se integraron sin que se les pidiera renunciar a su identidad.

En Caracas, Maracaibo, Valencia y Barquisimeto fundaron hogares, criaron hijos, abrieron negocios. Las asociaciones peruanas organizaron misas, celebraciones del Señor de los Milagros y ferias gastronómicas. La integración fue real, cotidiana, silenciosa y constante.

Hoy, cuando más de siete millones de venezolanos han migrado —según la misma OIM— y enfrentan xenofobia, prejuicios y rechazo en países vecinos, conviene recordar que Venezuela supo ser refugio. Y los peruanos supieron ser parte. Más de 200.000 historias lo confirman.


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