Cada mañana (o noche) hay una decisión que parece simple, pero que tu cuerpo recuerda más de lo que creés: ¿bañarse con agua fría o caliente? Más allá del gusto personal, ambas opciones tienen efectos muy diferentes sobre tu organismo.
Agua caliente: relajación y descanso
– Dilata los vasos sanguíneos, lo que ayuda a aliviar tensiones musculares y reduce el estrés.
– Es ideal antes de dormir: relaja el sistema nervioso y prepara el cuerpo para el sueño.
– Puede abrir los poros y facilitar la limpieza profunda de la piel.
Agua fría: impacto y activación
– Estimula la circulación sanguínea y fortalece el sistema inmune.
– Aumenta el estado de alerta y mejora el estado de ánimo gracias a la liberación de endorfinas.
– Reduce la inflamación y acelera la recuperación muscular, por eso es favorita entre deportistas.
¿Qué elegir entonces?
Depende del objetivo. ¿Buscás despertar y energizarte? Agua fría. ¿Querés relajarte y dormir mejor? Agua caliente. Incluso podés probar duchas “contrastantes”: empezar con caliente, terminar con un chorro frío para sellar energía y estimular la piel.