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La obesidad y la depresión son dos de los problemas de salud pública más prevalentes en el mundo, y diversos estudios científicos han demostrado que existe una relación estrecha y bidireccional entre ambas condiciones. Esta conexión no solo involucra factores biológicos, sino también componentes psicológicos, sociales y conductuales que se retroalimentan y agravan mutuamente.

Según una revisión publicada por la Revista Médica Clínica Las Condes, realizada por Rodrigo Alonso y Cristina Olivos, del Departamento de Nutrición de la Clínica Las Condes (Chile), la obesidad puede aumentar el riesgo de desarrollar estados depresivos, y viceversa. El artículo destaca que el exceso de peso corporal está asociado a alteraciones neuroendocrinas, inflamación crónica y disfunciones metabólicas que pueden afectar el estado de ánimo y la función cerebral.

Por otro lado, la depresión puede contribuir al desarrollo de obesidad a través de cambios en el comportamiento alimentario, sedentarismo, trastornos del sueño y alteraciones hormonales. Las personas con depresión tienden a consumir alimentos ricos en azúcares y grasas como forma de compensación emocional, lo que puede llevar a un aumento de peso progresivo.

Una revisión sistemática elaborada por Juan Daniel Dorta Díaz en la Universidad de La Laguna (España) concluye que la relación entre obesidad y depresión es multifactorial y debe abordarse desde una perspectiva integral. El estudio señala que el estigma social, la discriminación y la baja autoestima asociadas al sobrepeso pueden intensificar los síntomas depresivos, generando un círculo vicioso difícil de romper.

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En México, un estudio publicado por la Revista Psic-Obesidad de la UNAM, firmado por Alejandra Vázquez Vela y Dolores Delgado Jacobo, advierte que esta relación afecta a una parte sustancial de la población y requiere políticas públicas que integren salud mental y nutrición. Los autores destacan que el abordaje clínico debe incluir apoyo psicológico, educación alimentaria y estrategias de inclusión social para reducir el impacto de ambas condiciones.

Los especialistas coinciden en que el tratamiento efectivo debe contemplar tanto la dimensión médica como la emocional. La intervención temprana, el acompañamiento terapéutico y la promoción de hábitos saludables son claves para mejorar la calidad de vida de quienes enfrentan esta doble carga.

Redinfodigital / Red de Información Digital
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