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En la Isla de Margarita, hablar de corocoro es evocar más que un pescado: es convocar la memoria gustativa de generaciones que han crecido entre redes, fogones y mares cálidos. El corocoro, nombre popular del Haemulon plumierii, es uno de los pescados más consumidos en Nueva Esparta, y su presencia en la cocina insular es tan cotidiana como celebrada.

Con su carne blanca, suave y de pocas espinas, el corocoro se ha ganado un lugar privilegiado en los platos típicos de la región. Frito, asado, en sancocho o en escabeche, este pez se adapta a los sabores del litoral y a las manos expertas de cocineras que lo transforman en delicia. En los restaurantes de playa, es común encontrarlo acompañado de ensalada rallada, tostones y arepas, servido en platos sencillos que no necesitan ornamento: el sabor habla por sí solo.

El sancocho de corocoro, por ejemplo, es una sopa que combina yuca, auyama, topocho y ají margariteño, y se sirve como remedio, celebración o desayuno dominguero. En los mercados populares, como Conejeros o el Paseo de Pampatar, el corocoro se ofrece fresco, entero, con los ojos brillantes y la promesa de un almuerzo inolvidable. Su precio accesible lo convierte en un pescado solidario, presente en mesas humildes y banquetes familiares.

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Más allá de su valor culinario, el corocoro destaca por sus propiedades nutricionales. Es una fuente rica en proteínas de alta calidad, esenciales para la reparación y el crecimiento muscular. Su contenido en ácidos grasos omega-3 contribuye a la salud cardiovascular, mientras que su bajo nivel de grasa lo convierte en una opción saludable para dietas equilibradas. También aporta vitaminas del complejo B, como la B12, y minerales como fósforo, selenio y magnesio, fundamentales para el metabolismo energético y la función neuromuscular.

En tiempos de crisis, el corocoro ha sido refugio alimenticio. En tiempos de bonanza, ha sido orgullo gastronómico. Y en todos los casos, ha sido símbolo de la relación íntima entre el margariteño y el mar. No es raro que en canciones, cuentos y refranes, el corocoro aparezca como metáfora de lo sencillo que alimenta, de lo pequeño que sostiene.

La cocina margariteña, rica en productos del mar, encuentra en el corocoro una expresión de su alma: modesta, sabrosa, resistente. En cada bocado, hay historia. En cada receta, hay territorio. Y en cada plato servido, hay una isla que se cuenta a sí misma desde el sabor.

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