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Lo que comenzó como una figura de diseño alternativo en Asia se ha convertido en un fenómeno global que mezcla arte, moda, especulación y cultura pop. Los Labubu, muñecos creados por el ilustrador hongkonés Kasing Lung en 2015, son hoy objeto de deseo en redes sociales, pasarelas de lujo y plataformas de reventa, donde algunos modelos alcanzan cifras superiores a los $300 dólares, e incluso han sido subastados por más de $170.000 dólares en China.


Con orejas puntiagudas, dientes afilados y una expresión entre traviesa y siniestra, los Labubu forman parte del universo gráfico The Monsters, distribuido por la empresa china Pop Mart. Su estética creepy-cute —una mezcla entre lo adorable y lo inquietante— ha capturado la atención de coleccionistas, influencers y celebridades como Lisa de BLACKPINK, Rihanna, Dua Lipa y Kim Kardashian, quienes los exhiben como accesorios de moda en bolsos de diseñador.

Blind box, especulación y cultura de consumo

Los Labubu se comercializan en formato blind box, es decir, cajas sorpresa que no revelan qué figura contiene hasta ser abiertas. Este sistema genera expectativa, coleccionismo compulsivo y una economía paralela de intercambio y reventa. En Argentina, los originales pueden superar los $100.000 pesos, mientras que las imitaciones rondan los $35.000 a $40.000, alimentando un mercado informal que preocupa a autoridades en países como Estados Unidos, donde se han reportado decomisos masivos de copias ilegales.

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Más allá del furor estético, el fenómeno Labubu plantea interrogantes sobre la relación entre arte, consumo y viralidad. ¿Es solo una moda pasajera o el síntoma de una nueva forma de coleccionismo digitalizado, donde el valor simbólico supera al material?

Entre la ternura y el fetiche

La figura del Labubu condensa múltiples capas: es juguete, objeto de diseño, ícono pop y símbolo de pertenencia. Su éxito no se explica solo por su apariencia, sino por la narrativa que lo rodea: una criatura que habita un universo fantástico, que desafía los cánones de belleza y que se convierte en fetiche cultural.
En tiempos donde la identidad se construye también a través de lo que se colecciona, los Labubu son más que muñecos: son una declaración estética, una inversión emocional y, para algunos, una puerta de entrada al arte contemporáneo.

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